Esa
mañana de forma extraña todo parecía hacer parte de un cuento de hadas. Liceo
vestía como siempre su camisa roja preferida, aquella que él nunca se quitaba
sin importar las veces que su madre se lo ordenara; al parecer la razón estaba relacionada
con que aquella joya era el único regalo que conservaba de su padre, un hombre
honorable, que nunca llegó a conocer a su hijo como consecuencia de una muerte repentina cuando este era apenas un bebé. Aquel día era especial,
todos los viernes Liceo iba a la tumba de su padre, cerca de lo que mucho
tiempo antes se consideraba el Oráculo de Olimpia, ya saben, “tonterías”
griegas. Habrá que decir que su madre le había contado muy poco sobre su padre,
al parecer era un hombre famoso y muy importante, cuya fama se deterioró
paulatinamente con el paso de los años, “después de todo ya estaba viejo y
desgastado” decía su madre al final de casi todas las oraciones.
Cerca
de la tumba de su padre había un roble majestuoso con hojas de esmeralda, con tronco
de jade y unas raíces de acero; en vistas de la hora solo se podía vislumbrar
que de sus ramas brotaban hermosas enredaderas que daban cobijo a la tumba del
padre de Liceo, de la misma forma en que el sol cobija la tierra sin dejarla
nunca a pesar de los sucesos de la noche. Era simplemente anonadante, la aurora
reflejaba en el árbol una sonrisa incomparable, como si aquel viejo roble se
alegrase de ver a Liceo regresar. A pesar de ello, este no le prestaba mayor
importancia, debido a que estaba allí por su padre, no por un viejo roble que
bien podía ser muy bonito pero no ofrecía ningún suceso extraño que Liceo no
hubiese repasado en alguna clase de biología. Ese viernes como muchos otros,
estaba libre de escuela, por lo que decidió quedarse un poco más de lo normal.
No es que estuviera haciendo algo especial, solo miraba la tumba de su padre
preguntándose la razón y el porqué de su partida; más que una exigencia de su
madre era un impulso, una necesidad, como si algo lo llamase a reunirse con su
destino bajo aquel viejo roble de indiscutible majestuosidad. Él
lo veía como algo normal, después de todo hoy en día a nadie le sorprenden esa
clase de cosas.
Cuando el sol alcanzó su punto más alto en el cielo, Liceo decidió regresar a su casa
situada en lo alto de la colina más alta y alejada de la ciudad. Esta parecía
en su totalidad una monumental reliquia, en vista de que estaba llena de
objetos antiguos que en su momento pertenecieron a su padre; su aspecto era tal
que nada más en frente, una persona podía darse cuenta de lo majestuoso que es
el pasado, sin dejar de pensar en lo confuso y oscuro que se devela el futuro. En el camino, Liceo se
topó con una anciana un tanto espeluznante, su boca estaba reseca por el sol y
su estatura hacía ver a Liceo como un gigante de aquellos que apenas se nombran
en algunas clases de español. El joven sorprendido no pudo evitar ver a la
anciana, pero su atención se centró paulatinamente en los ojos de una vieja águila que
posaba sobre su hombro huesudo. Se podría decir, entonces, que justo en
sincronía con el primer movimiento de Liceo el águila voló cautelosamente a su
hombro, ya que al parecer, advertía de las intenciones que tenía el joven de
salir corriendo del lugar. La anciana, callada, parecía esperar que aquel joven
apuesto se dignara a preguntar:
- ¿Quién
eres? -dijo Liceo con una voz gruesa
pero tenue-.
- Mi
nombre ya te lo sabes, deberías conocerme de hace muchísimo tiempo, mi joven
Liceo, después de todo, fui yo quién te puso ese nombre -dijo la anciana-.
- Es
totalmente imposible -dijo Liceo haciendo uso de sus dotes intelectuales,
después de todo era un joven muy prometedor, con cualidades que lo hacían resaltar
entre los otros jóvenes de su clase- Mi padre fue quien me puso este nombre,
además, de ser así la conocería por voz de mi madre, déjese de mentiras y
dígame de una vez quién rayos es usted.
- Debes
irte a tu casa, tu madre te está esperando, ella te dará una explicación. Toma,
esta águila es un regalo, pero te lo advierto, no deberás abandonarla nunca,
ella vivirá hasta el último de tus días. Este es un mundo peligroso, donde las
cosas se observan con los ojos y no con la mente, donde ya no se teme al
destino y donde el hombre, más que un hombre, es una triste sombra de su
pasado.
Mientras
la anciana hablaba, Liceo se desplomaba paulatinamente en el suelo, un dato
curioso era que sobre todas las cosas, él solo podía pensar en su madre, ya que
después de todo era un buen muchacho. En un abrir y cerrar de ojos recobró la
consciencia en la sala central de su casa, su corazón latía con alivio y
sosiego, así como un niño se calma al darse cuenta de que aquella extraña
pesadilla fue solo eso, una pesadilla. Pero, algo parecía no ir en conjunto con
el paisaje que representaba para Liceo esa gran cantidad de objetos, sí, era
aquella vieja águila de su pesadilla. A Liceo se le hizo difícil reconocerla ya
que era totalmente distinta a como la recordaba, en el hombro de aquella
anciana decrépita sus plumas eran opacas y de un color gris ceniza, su pico
estaba chueco y su movilidad se evidenciaba notablemente reducida. Contrariamente,
en aquel momento era un águila hermosa la que se posaba frente a los ojos de Liceo,
sus plumas eran de un color negro intenso y su juventud se hacía notoria con solo ver la afinidad de sus movimientos. El joven inmediatamente trató de deshacerse de
ella, después de todo era un águila, y esas cosas no estaban permitidas en la
casa. Pero, por más que Liceo lo intentaba, no lograba espantar a la impetuosa ave,
que con un movimiento de sus alas regresaba fácilmente al interior de la casa. Finalmente,
poco después de rendirse, Liceo decidió preguntar a su madre sobre la anciana,
ya que estaba totalmente convencido de que por una vez en su vida, no fue un
sueño aquello que le pasó cerca a la tumba de su padre.
Su
madre era simplemente hermosa, tenía todos los rasgos que cualquier supermodelo
pudiera pedir: era una mujer esbelta, con ojos hechos de diamante, mirada
cálida, manos delicadas, labios rosados y pequeños, en fin, una obra de arte.
En el momento en el que vio a Liceo acercándose, ella se estremeció temiendo
por el futuro de su hijo, el cual no esperó ni un segundo para preguntarle
sobre la anciana. A lo que ella le dijo:
- ¿Anciana?
Has debido tener uno de esos sueños locos que acostumbras tener todo el tiempo,
¿acaso no te he dicho que debes dejar de pensar en cosas fantasiosas y cuentos
de hadas? Vuelve a la realidad hijo. Tú eres bastante inteligente, sabes que la
ciencia prohíbe rotundamente pensar en esas cosas. Ahora, ve a tu cuarto a descansar
y vuelve cuando te sientas mejor.
- No
estoy loco mamá, mira, aquí tengo un águila que prueba lo sucedido, es bastante
extraña, ya que ha cambiado considerablemente desde que aquella anciana me la
confirió.
- ¿Cuál
águila? Yo no veo nada, hijo, me preocupas… Vete a descansar.
- ¿Acaso
no la vez? ¡Está justo aquí!
- Haber
jovencito, ¡a dormir!
Esa
noche, Liceo no pudo dormir con el chillido del águila en su cuarto, que
parecía estarle contando lo decepcionada que estaba de él. Al día siguiente, Liceo
ya no podía ver al águila que tanto tormento le había propiciado y por primera
vez, hizo caso a su madre al botar aquella camisa roja que antes tanto atesoraba.
A partir de entonces, Liceo se volvió un hombre nuevo y acorde a nuestro
presente; tuvieron que pasar muchos años para que se diera cuenta que, en
definitiva, las palabras de la anciana se habían hecho realidad. No obstante, aunque
Liceo no lo quiera admitir, aún hay días en los que escucha chillidos y revoloteos alegres cada vez que se digna a visitar la vieja tumba de su padre...
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Santiago Henao Sánchez