sábado, 11 de mayo de 2013

DIVINA POSTERIDAD


Esa mañana de forma extraña todo parecía hacer parte de un cuento de hadas. Liceo vestía como siempre su camisa roja preferida, aquella que él nunca se quitaba sin importar las veces que su madre se lo ordenara; al parecer la razón estaba relacionada con que aquella joya era el único regalo que conservaba de su padre, un hombre honorable, que nunca llegó a conocer a su hijo como consecuencia de una muerte repentina cuando este era apenas un bebé. Aquel día era especial, todos los viernes Liceo iba a la tumba de su padre, cerca de lo que mucho tiempo antes se consideraba el Oráculo de Olimpia, ya saben, “tonterías” griegas. Habrá que decir que su madre le había contado muy poco sobre su padre, al parecer era un hombre famoso y muy importante, cuya fama se deterioró paulatinamente con el paso de los años, “después de todo ya estaba viejo y desgastado” decía su madre al final de casi todas las oraciones.

Cerca de la tumba de su padre había un roble majestuoso con hojas de esmeralda, con tronco de jade y unas raíces de acero; en vistas de la hora solo se podía vislumbrar que de sus ramas brotaban hermosas enredaderas que daban cobijo a la tumba del padre de Liceo, de la misma forma en que el sol cobija la tierra sin dejarla nunca a pesar de los sucesos de la noche. Era simplemente anonadante, la aurora reflejaba en el árbol una sonrisa incomparable, como si aquel viejo roble se alegrase de ver a Liceo regresar. A pesar de ello, este no le prestaba mayor importancia, debido a que estaba allí por su padre, no por un viejo roble que bien podía ser muy bonito pero no ofrecía ningún suceso extraño que Liceo no hubiese repasado en alguna clase de biología. Ese viernes como muchos otros, estaba libre de escuela, por lo que decidió quedarse un poco más de lo normal. No es que estuviera haciendo algo especial, solo miraba la tumba de su padre preguntándose la razón y el porqué de su partida; más que una exigencia de su madre era un impulso, una necesidad, como si algo lo llamase a reunirse con su destino bajo aquel viejo roble de indiscutible majestuosidad. Él lo veía como algo normal, después de todo hoy en día a nadie le sorprenden esa clase de cosas.

Cuando el sol alcanzó su punto más alto en el cielo, Liceo decidió regresar a su casa situada en lo alto de la colina más alta y alejada de la ciudad. Esta parecía en su totalidad una monumental reliquia, en vista de que estaba llena de objetos antiguos que en su momento pertenecieron a su padre; su aspecto era tal que nada más en frente, una persona podía darse cuenta de lo majestuoso que es el pasado, sin dejar de pensar en lo confuso y oscuro que se devela el futuro. En el camino, Liceo se topó con una anciana un tanto espeluznante, su boca estaba reseca por el sol y su estatura hacía ver a Liceo como un gigante de aquellos que apenas se nombran en algunas clases de español. El joven sorprendido no pudo evitar ver a la anciana, pero su atención se centró paulatinamente en los ojos de una vieja águila que posaba sobre su hombro huesudo. Se podría decir, entonces, que justo en sincronía con el primer movimiento de Liceo el águila voló cautelosamente a su hombro, ya que al parecer, advertía de las intenciones que tenía el joven de salir corriendo del lugar. La anciana, callada, parecía esperar que aquel joven apuesto se dignara a preguntar:


-  ¿Quién eres? -dijo Liceo con una voz gruesa pero tenue-.

-    Mi nombre ya te lo sabes, deberías conocerme de hace muchísimo tiempo, mi joven Liceo, después de todo, fui yo quién te puso ese nombre -dijo la anciana-.

-   Es totalmente imposible -dijo Liceo haciendo uso de sus dotes intelectuales, después de todo era un joven muy prometedor, con cualidades que lo hacían resaltar entre los otros jóvenes de su clase- Mi padre fue quien me puso este nombre, además, de ser así la conocería por voz de mi madre, déjese de mentiras y dígame de una vez quién rayos es usted.

-   Debes irte a tu casa, tu madre te está esperando, ella te dará una explicación. Toma, esta águila es un regalo, pero te lo advierto, no deberás abandonarla nunca, ella vivirá hasta el último de tus días. Este es un mundo peligroso, donde las cosas se observan con los ojos y no con la mente, donde ya no se teme al destino y donde el hombre, más que un hombre, es una triste sombra de su pasado.

Mientras la anciana hablaba, Liceo se desplomaba paulatinamente en el suelo, un dato curioso era que sobre todas las cosas, él solo podía pensar en su madre, ya que después de todo era un buen muchacho. En un abrir y cerrar de ojos recobró la consciencia en la sala central de su casa, su corazón latía con alivio y sosiego, así como un niño se calma al darse cuenta de que aquella extraña pesadilla fue solo eso, una pesadilla. Pero, algo parecía no ir en conjunto con el paisaje que representaba para Liceo esa gran cantidad de objetos, sí, era aquella vieja águila de su pesadilla. A Liceo se le hizo difícil reconocerla ya que era totalmente distinta a como la recordaba, en el hombro de aquella anciana decrépita sus plumas eran opacas y de un color gris ceniza, su pico estaba chueco y su movilidad se evidenciaba notablemente reducida. Contrariamente, en aquel momento era un águila hermosa la que se posaba frente a los ojos de Liceo, sus plumas eran de un color negro intenso y su juventud se hacía notoria con solo ver la afinidad de sus movimientos. El joven inmediatamente trató de deshacerse de ella, después de todo era un águila, y esas cosas no estaban permitidas en la casa. Pero, por más que Liceo lo intentaba, no lograba espantar a la impetuosa ave, que con un movimiento de sus alas regresaba fácilmente al interior de la casa. Finalmente, poco después de rendirse, Liceo decidió preguntar a su madre sobre la anciana, ya que estaba totalmente convencido de que por una vez en su vida, no fue un sueño aquello que le pasó cerca a la tumba de su padre.

Su madre era simplemente hermosa, tenía todos los rasgos que cualquier supermodelo pudiera pedir: era una mujer esbelta, con ojos hechos de diamante, mirada cálida, manos delicadas, labios rosados y pequeños, en fin, una obra de arte. En el momento en el que vio a Liceo acercándose, ella se estremeció temiendo por el futuro de su hijo, el cual no esperó ni un segundo para preguntarle sobre la anciana. A lo que ella le dijo:


-  ¿Anciana? Has debido tener uno de esos sueños locos que acostumbras tener todo el tiempo, ¿acaso no te he dicho que debes dejar de pensar en cosas fantasiosas y cuentos de hadas? Vuelve a la realidad hijo. Tú eres bastante inteligente, sabes que la ciencia prohíbe rotundamente pensar en esas cosas. Ahora, ve a tu cuarto a descansar y vuelve cuando te sientas mejor.

-  No estoy loco mamá, mira, aquí tengo un águila que prueba lo sucedido, es bastante extraña, ya que ha cambiado considerablemente desde que aquella anciana me la confirió.

¿Cuál águila? Yo no veo nada, hijo, me preocupas… Vete a descansar.

¿Acaso no la vez? ¡Está justo aquí!

-  Haber jovencito, ¡a dormir!

Esa noche, Liceo no pudo dormir con el chillido del águila en su cuarto, que parecía estarle contando lo decepcionada que estaba de él. Al día siguiente, Liceo ya no podía ver al águila que tanto tormento le había propiciado y por primera vez, hizo caso a su madre al botar aquella camisa roja que antes tanto atesoraba. A partir de entonces, Liceo se volvió un hombre nuevo y acorde a nuestro presente; tuvieron que pasar muchos años para que se diera cuenta que, en definitiva, las palabras de la anciana se habían hecho realidad. No obstante, aunque Liceo no lo quiera admitir, aún hay días en los que escucha chillidos y revoloteos alegres cada vez que se digna a visitar la vieja tumba de su padre...


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Santiago Henao Sánchez